dimanche 29 mars 2009

Manon des Sources de Marcel Pagnol / Manon de los manantiales

Manon venait d'avoir quinza ans, mais elle était plus grande que son âge. Des cheveux, coupés aux épaules, dorés par le soleil et séchés par le vent, formaient une épaisse crinière; ses yeux ble de mer brillaient derrière les boucles qui cachaient son front, et tout son visage avait cet éclat que les brugnons mûrs ne gardent qu'un jour, mais qui brille trois ou quatre ans sur les joues lisses des jeunes fille.
Enzo, qui avait quarante ans, prétendait connaître la vie, lui disait souvent: "Madonina, encore un an, tu seras belle à faire peur!" et Giacomo lui avait dit un jour: "Si tu vas à la ville, par pitié, mets les lunettes noires, autrement tu les brûles tous!"
Elle était fière des compliments de ces hommes, et elle en iait de plaisir.
Les chèvres traites par Baptistine, elle partait chaque matin, une heure après l'aurore, son bâton de cade à la main, en poussant le cri aigu des bergères: "Bilibili! Bililibili!" Le troupeau sortait au galop suivi de l'ânesse et du chien noir.
Fans son dos, une petite musette sans bretelle était accrochée à sa ceinture. Elle y gardait ses trèsors: un peigne d'écaille à monture d'argent, un louis d'or plié dans du papier, une agate trouvée dans la colline, une petite pince pour extraire les épines (qui était peut-être en or), les deux harmonicas des temps heureux, et dans un portefeuille amolli par le temps, une image de la sainte Vierge, et la photographie à demi effacée du beau visage de son père.
Elle n'était jamais retournée aux Romarins, mais sa pensée y revenait sans cesse: alors, elle prenait l'harmonica -le plus gros- et elle jouait les airs qu'il lui avait enseignés...

Manon tenía quince años pero estaba alta para su edad. El pelo, que le llegaba pour los hombros, dorado por el sol y seco por el viento, formaba una espesa melena, y sus ojos azules como el mar brillaban detrás de los rizos que ocultaban su frente, y toda su cara tenía ese brillo que las nectarinas maduras sólo conservan un día pero que resplandece tres o cuatro años en las mejillas tersas de las muchachas.
Enzo, que tenía 40 años y afirmaba conocer la vida, le decía a menudo: ¡Madonina, un año más y serás tan guapa que quitarás el aliento! Y Giacomo le había dicho un día: "Si vas a la ciudad, por Dios, ponte las gafas, de otro modo los dejarás ciegos a todos!
Ella se sentía orgullosa de los elogios de estos hombres y se reía con gusto.
Una vez ordeñadas las cabras por Baptistina, ella se iba cada mañana, una hora después del amanecer, con su bastón de enebro en la mano, lanzando el grito agudo de los pastores: "¡Bilibili! ¡Bililibili!" El rebaño salía al trote seguido de la burra y el perro negro.
A su espalda, un pequeño morral sin correa estaba enganchado a su cinturón. Allí guardaba sus tesoros: un eine de carey con montura de plata, un luís de oro, envuelto en papel, una ágata que se había encontrado en la colina, una pequeña pinza para extraer las espinas (que era posiblemente de oro), las dos armónicas de los tiempos felices, y en una cartera reblandecida por el tiempo, una imagen de la Santísima Virgen, y una fotografía medio borrada de la hermosa cara de su padre.
Nunca había vuelto a los Romeros, pero sus pensamientos volvían allí sin cesar; entonces cogía la armóncia -la más grande- y tocaba las canciones que é le había enseñado...

Traducción de Noelia Fernández, Débora González y Pilar López (3ºB)

jeudi 12 mars 2009

El Lazarillo de Tormes


Pues sepa Vuestra Merced ante todas cosas que a mí llaman Lázaro de Tormes, hijo de Tomé González y Antona Pérez, naturales de Tejares, aldea de Salamanca. Mi nacimiento fue dentro del río Tormes, por la cual causa tomé el sobrenombre, y fue desta manera: mi padre, que Dios perdone, tenía cargo de proveer una molienda de aceña que está ribera de aquel río, en la cual fue molinero más de quince años; y estando mi madre una noche en la aceña, preñada de mí, tomóle el parto y parióme allí; de manera que con verdad me puedo decir nacido en el río.

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